lunes, 13 de diciembre de 2010

Las cartas de amor

Ellos se conocieron por casualidad, que es como se suelen encontrar los grandes amores, casi siempre por casualidad. Por una llamada equivocada, por un encuentro fortuito... A ellos lo que les pasó fue que él había quedado en aquel café con una persona que no vino, y claro, la vio a ella sentada en la mesa del café, radiante. Asi que, harto de esperar, no se cortó un pelo y dijo:

- Ya que he venido hasta aquí, no puedo desaprovechar esta ocasión.

Se acercó a la mesa y dijo:

- ¿Me permite?

- Por supuesto...

Esto solo suele pasar en las historias que te cuentan otros, nunca en la vida real. Por lo general cuando dices:

- ¿Me permites?

dicen

- ¿De qué?

A lo mejor ella estaba esperando a alguien que tampoco vino, quién sabe. Habrá que inventar otra historia en la que ella le dice “¿De qué?”. En este caso ella lo invito a él para que se sentara. Y claro, no había de qué hablar.

- ¿Y qué lees?

Lo malo fue que él no había leído nada del escritor que ella estaba leyendo y ya... mal, empezamos mal, muy mal... por ahí no...

- Pues bonito día.

No, pero enseguida empezaron a profundizar, porque ella dijo:

- Sí, la verdad es que... hace un bonito día.

Y aunque no lo hiciera. Poco a poco él fue venciendo esa timidez que le caracteriza y fueron profundizando. Al principio él para llamar su atención contó una que otra mentira... que si era escritor... Luego reconoció que nunca le habían publicado nada, pero eso vino mas tarde, cuando ya se conocían más. Cuando pasaron del café a la habana con coca-cola...

Por entonces ya estaban descubriendo que tenían mas afinidades de las que pensaban al principio, y compartían gustos cinematográficos. Por eso él le dijo:

- Oye, y si vamos a ver esta... ¿has visto "La vida es bella"?

- No.

- ¿Oye quedamos el fin de semana y vamos?

- Vale.

Y aquel fin de semana, yo no se muy bien si para sorprenderla o no, pero el caso es que él rompía a llorar en cada escena en la que salía el chaval pequeño. Esto a ella le enterneció. Yo quiero pensar que era de verdad.

Resulta que coincidían en mas gustos, y también en lo musical, y le dijo:

- Oye, este fin de semana toca Ismael Serrano.

- ¿Ismael qué?

- ¿Pero a ti te gustan los cantautores?

- Los de verdad...

Pero él le convenció a ella y fueron. Cuando él empezó a cantar aquella de Vértigo, pues... se atrevió a cogerle la mano. Y poco a poco se fueron inevitablemente enamorando, pero no por esto de Ismael Serrano, ni por el Vértigo. Quizá más por aquello de llorar con "La vida es bella"...

Una mañana él se levanta y al abrir los ojos se da cuenta de que esta perdidamente enamorado de ella. Y quedaron entonces en aquel café en el que se conocieron por casualidad. Los momentos importantes suelen coincidir casi siempre en los mismos sitios. No estoy muy seguro de lo que acabo de decir , pero es una buena frase. Pero fue en aquel café en donde ella le dijo:

- ¿Sabes? Creo que me tengo que ir durante un tiempo.

- Yo te iba a decir casi lo contrario, que te quedaras conmigo para toda la vida.

- No te preocupes porque yo estaré esperando el día en que vuelva para retomar contigo este camino que emprendimos. Además, cada quince días puntualmente, te mandaré una carta en la que te contaré todo lo que he hecho, todo lo que siento, todo lo mucho que te hecho de menos, y lo poco que nos falta para vernos.

Él dijo que bueno, que vale, ...

- Pero que si no te vas casi mejor, ¿no?

Pero se fue...

Fue entonces cuando descubrió que aquello no tenia remedio y que estaba perdidamente enamorado. Que no había ningún elixir que hiciera que la olvidase, que no era cierto aquello de que un clavo saca otro clavo, que a veces es cierto que los amores a primera vista existen. Bueno,... ¿es que acaso hay otros?.

A los quince días puntualmente llego la carta de ella toda llena de besos y de caricias, de "te hecho de menos". Él lloró, y esta vez era de verdad. Y guardaba las cartas con mucho cariño encima de la mesilla. Pasaron quince días, y otros quince, y otros quince, ... y las cartas se iban acumulando. Y su vida consistía en esperar a que llegara el decimoquinto día, abrir el buzón y encontrar la carta de amor en la que ella prometía volver. Esperar esa carta en la que ella le diría que volvía.

Y pasaron años, muchos años, y ya las cartas casi no cabían el la casa. Se compró una gran caja fuerte para guardar todas las cartas, porque eran su gran tesoro, porque vivía para leer las cartas que ella le había escrito, porque ella era lo que mas quería. Y así pasaron creo que diez años, quince,... no me acuerdo.

Y un día ella, sin saber cómo ni por qué, dejó de escribir. Y al decimoquinto día él se encontró el buzón vacío, y el alma partida en dos. Ahora solo podía vivir del recuerdo, releyendo las cartas que ella le había escrito con tanto cariño. Aquellas cartas eran su mayor tesoro.

Un día él salió de casa, porque tenía que salir, y unos ladrones entraron en su casa. Al ver allí la gran caja fuerte no se lo pensaron dos veces, porque pensaron que debía esconder algún gran tesoro, grandes riquezas, que realmente no eran. Y se llevaron la caja fuerte.

Imagínate la desolación de nuestro protagonista cuando llega a su casa y se da cuenta de que le han robado lo que él mas quería, lo que le hacia sentirse vivo algunas tardes de domingo cuando no sonaba el jodido teléfono, cuando releía aquellas cartas y aquellas promesas -quién sabe si falsas- de aquella mujer.

Suele pasar que los ladrones son buenas personas, y este era el caso. Pero imagínate la cara de los ladrones cuando abren la caja fuerte y se encuentran montones de cartas de amor, declaraciones imposibles. Hombre, el jefe de los ladrones... se enfado un poquito, porque la caja pesaba, y llevarla hasta la guarida no era 'moco de pavo'.

Nuestro hombre vagaba casi moribundo por las calles de su ciudad, con la esperanza de encontrar alguna carta, a alguien que le hablara de una gran caja fuerte llena de cartas, perdido sin saber ya qué hacer.

El jefe ladrón dijo que con aquellas cartas lo que había que hacer era tirarlas al río o bien quemarlas, lo que fuera pero que desaparecieran de inmediato. Pero el mas joven de los ladrones era mas bueno, y se le ocurrió una gran idea.

Un día, nuestro hombre llego a casa después de estar buscando toda una tarde y al abrir el buzón... adivina lo que se encontró: una carta. Los ladrones habían decidido mandarle las cartas, tal y como ella se las había mandado, puntualmente cada quince días, por riguroso orden.

Ahora él resucitaba con la esperanza de revivir aquellos momentos en los que quizá un día leería la carta en la que ella diría:

- Pronto estaré allí.


Eduardo Galeano (Relatada por Ismael Serrano)

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